Jodidos pero contentos

II Guerra Mundial. Franco se mantuvo neutral por razones lógicas: los españoles acababan de salir de una guerra civil que había durado tres largos años y que, además, había devastado el país por completo. No obstante, para ser honestos, el Caudillo no lo hizo por esta única razón, sino que obró con su habitual cautela y no quiso mover ninguna ficha hasta que viera el desarrollo de los acontecimientos venideros. Pese a que confraternizaba con sus análogos Hitler y Mussolini, a quienes les debía un gran favor por haberle ayudado a ganar su guerra, no estaba dispuesto a participar en un conflicto de tal índole así porque sí. Franco demanda una suerte de puntos, entre ellos el peñón de Gibraltar, algunas colonias africanas y el abastecimiento de una población que sufría hambrunas. Hitler se negó a conceder tales peticiones. Sin embargo, las negociaciones llegaron a su fin el 23 de octubre de 1940 durante el encuentro entre ambos en Hendaya. Franco firmó un protocolo secreto con las potencias del Eje en el cual se comprometía a entrar en guerra cuando la ocasión lo requiriese.

Mientras tanto, la mayor preocupación de Franco era el interés de los alemanes por Gibraltar, base militar inglesa de indudable valor estratégico para el dominio del Mediterráneo. En varias ocasiones se le instó a que dejase atravesar España a las tropas alemanas para tal fin, a lo que se negó rotundamente por miedo a que se quedasen luego. Algo muy parecido ocurrió un par de siglos atrás con el ejército napoleónico. Por supuesto que no estaba dispuesto a cometer el mismo error histórico.

En el año 1941 la guerra parecía haberse estancado. Hitler veía cada vez menos factible la invasión del Reino Unido. Los ingleses tenían el Radar, la Royal Air Force y cercanos sus aeropuertos, poniendo en jaque a la Luftwaffe. Entonces, pensó en invadir la Unión Soviética. A esta acción le pusieron Operación Barbarroja. Sin previo aviso, el ejército alemán se adentró más de mil kilómetros en territorio ruso, gracias a su Blitzkrieg (guerra relámpago), rompiendo repentinamente el pacto Molotov-Ribbentrop y haciendo más de 3 millones de prisioneros. Franco y su brazo derecho Ramón Serrano Súñer, que además de líder falangista era su cuñado, no cabían de gozo. Por un lado, contemplaron la oportunidad de saldar las cuentas con Hitler y, por otro lado, aprovecharon para hacer propaganda: la cruzada anticomunista. Franco autorizó la creación de un centro de reclutamiento para voluntarios que quisieran ir a luchar contra los bolcheviques. El 27 de junio de 1941 se formó la División Azul. Muchos de sus integrantes eran falagistas y oficiales arrastrados por una ola de patriotismo desmesurado. Unos lo hacían por el sueldo nada desdeñable, otros para conseguir un aval patriótico y a la vuelta hacerse con un porvenir. Algunos se apuntaron para limpiar su pasado republicano o incluso, como le pasó al que sería más tarde el futuro directo de cine Luis García Berlanga, para salvar el pellejo de su padre, condenado a muerte por haber ostentado un alto cargo político durante la República. Al mando de esta caterva se encontraba al general de brigada Agustín Muñoz Grandes, a quien Franco había "exiliado" por sus pretensiones de buscar la reconciliación nacional entre los partidarios de Franco y los antiguos partidarios de la República.

El 14 de julio de 1941, los divisionarios partieron en tren desde Madrid y a los pocos días llegaron al campamento de instrucción de Grafenwöhr, cerca de Bayreuth, en la región Bávara, donde pasaron un mes de instrucción militar. Las relaciones entre los instructores alemanes y los voluntarios españoles no debió ser buena. Imbuido por la propaganda racial nazi, el Tercer Reich consideró a la División Azul como un conjunto de indeseables de raza inferior, una tropa indisciplinada, indecorosa y maleducada. Prueba de ello, quizás, fue el suceso que ocurrió a principios de agosto, cuando se les trasladó al frente de guerra, al sector de Smolendk. Fueron movilizados en tren hasta el sur de Polonia, pero desde aquí hasta el frente de guerra todavía quedaban casi mil kilómetros por recorrer. Por alguna razón, se les negó el transporte mecanizado. Por lo tanto, los divisionarios tuvieron que recorrer a pien esa inmensa distancia, casi el equivalente a España de costa a costa, atravesando Lituania, Bielorrusia y un trecho de Rusia, en cincuenta y tres jornadas, por si fuera poco, caminando unos treinta y cinco kilómetros diarios, con un equipo de 22 kilos a la espalda. Al acercare a la ciudad de Grodno, la tropa se apiadó de los judíos que estaban confinados en campos de concentración, dándoles víveres y cigarrillos, lo que les valió la bronca de la oficialidad alemana.

Muchos divisionarios de fervor delirante pensarían al final de tamaña caminata: “estamos jodidos pero contentos”, mientras silbaban algún himno de cuartel. "¡Qué entrepierna tienen los soldaditos españoles", exclamaría algún oficial al pasar junto a la tropa en un cómodo coche de camino a Smolendk.