Testimonios del frente de guerra II

 

Emilio Fernández Burgos (Alfarnate. Málaga)

Cuando estalla la guerra, a mi quinta le tocaba hacer el servicio militar, y yo salí excedente de cupo. Sin embargo, movilizaron a todos los jóvenes, a los excedentes también, a los cojos y a los que no estaban cojos, todos éramos buenos para la guerra. Así que me agregaron al Regimiento Victoria, que pertenecía a Málaga. A los soldados de este Regimiento nos mandaron al frente de Alfarnate, al puerto de los Alazores, que colindaba con Granada. Y yo, que estaba para que me llamaran cualquier día, antes de que me llamasen fui a hablar con el capitán de mi batallón, que estaba ya en el pueblo. Había dos compañías, una en “Uceda” y otra en el “Cavado”. Y ahí ya ingresé yo en la mili y me quedé en Alfarnate.

Íbamos vestidos de soldados. Yo pertenecía a la compañía que estaba instalada en el cortijo de la Breña, llevando morteros. Cuando no estábamos en el frente, estábamos en el pueblo. Al ser natural de Alfarnate, yo dormía en casa de mis padres, y me llevé a otros dos soldados de los que me hice amigo, dándoles posada. Otros alquilaban una casucha y allí se metían unos cuantos. Otros dormían en la ermita. Las mujeres allí del pueblo les lavaban la ropa, les hacían compromiso, yo no sé lo que le pagaban ni lo que les cobraban.

A los soldados nos daban un real. Y un soldado con un real, ¿qué va a hacer, si cuando comprábamos un paquete de cigarrillos yanos quedábamos sin dinero? Así que trabajaban también en el campo, pero no había trabajo para los del pueblo, así que había quien se aprovechaba y pagaba menos a los soldados. Dejaban a los mejores del pueblo parados, y se llevaban a los soldados para aprovecharse de ellos cuando no estaban en el frente.

En el frente de la Breña dormíamos en dos casas que había. El dueño también estaba allí, la criatura. las condiciones no eran buenas. El frente estaba tranquilo, nosotros no llegamos a tirar tiros hasta que atacaron los fascistas en febrero de 1937, y cuando parecía que el ataque se había normalizado, fue la hora buena para la huída. Cuando dijeron "Sálvese el que pueda", fue lo que hicimos, si no, nos matan ahí a todos. Aguantar a lo que venía, era imposible. Allí venía el mundo entero, venían muchos soldados, italianos, alemanes y moros. Estaban bien armados. Nosotros no teníamos ni  fusiles ni balas suficientes.

Nosotros huíamos por la noche, y al amanecer también los vecinos se fueron, quedándose muy poca gente en el pueblo, sólo el que quiso quedarse y ya está. Luego, si pasábamos por el Colmenar, y había un soldado del Colmenar, se quedaba. Y si no le agradaba el régimen que traían los otros, pues a darle a la suela y tirar para Almería. Al que le dio tiempo de pillar un camión o un coche, se fue corriendo hacia Motril, hasta llegar a Almería. Y en Almería estuvimos dos o tres meses, hasta que nos localizaron ya las brigadas, y luego ya salimos para Madrid, y a otros frentes.

Antes de huir, yo pasé por casa de mis padres, ayudé a mis padres a cargar un mulo que tenían, y les dije que se fueran enfrente del cortijo “Potril”, pues tenían unas tierras debajo de un tajo. Allí debajo pasaron dos o tres días, hasta que ya regresaron a su casita, y no se metieron con ellos. A algunas personas las agarraron y se las llevaron para matarlas.

En la huída hacia Almería se vio de todo. Venían los aparatos por arriba bombardeando, y todo Dios a correr a la desbandada. Porque en una carretera que va como los pelos de la cabeza de personal corriendo de un lado a otro, pues el desbarajuste se forma. Iban bombardeando y tirando a las criaturas. Eso es una cosa para no verla. Uno diciendo “Juanito”, otro “niño”. Las madres perdieron a los hijos y a las hijas. Unos aparecieron, otros se murieron y otros fueron a parar a Rusia. Esto es una cosa que no se puede contar, hay que verlo. 

Por la carretera de la costa no te podías esconder, porque la carretera iba llena de gente, y la carretera iba entre el mar y los barrancos. Veías a una madre dando voces buscando a su niño de un año o dos años, y otra al suyo, y otra al suyo también, ese angelito ¿para dónde tiraba?, ¿quién lo recogía? Yo me salí de la carretera, porque ahí no cundía andar para adelante, y nos iban a pillar los nacionales por detrás. Entonces me fui por el campo. Llegué al cuartel de Almería. Tardé por lo menos una semana, porque había días que andaba y días que no andaba nada, ya que había que estar escondido de los aviones que volaban y bombardeaban.

En Almería me presenté en el cuartel. Me presenté a mi compañía. Luego allí nos organizaron y nos distribuyeron en Madrid y otras partes de España. Yo fui a Segovia y por ahí. Íbamos a defender al norte del acoso del otro bando. En Bilbao y en el País Vasco mataron muchas criaturas... Vi mucha gente muerta... De todo... Un día estabas muriendo y otro riendo, lo que no podías era tener miedo, tenías que enfrentarte al que fuera y ya está.

Me trasladaron a la parte del Levante, a la zona de Valencia. Estaba la cosa más tranquila. Fui a un batallón de retaguardia, se me inflamó la garganta y me operaron en Madrid. Me tiré un mes con lo de la operación, padecía de anginas y tenía siempre la garganta inflamada. 

En Barcelona los nacionales nos estrecharon entre la mar y la playa para que no nos descarriáramos por ahí. Vino una orden para zarpar a las Américas y yo me puse en la cola del barco México, pero, cuando quedaban 2 delante de mí, me pusieron la mano en el pecho y me dijeron “basta ya, está el cupo completo, en otra ocasión será...”.

Estando en Tarragona, Iba un hombre por el campo, buscando hojas de zarza, de papa, y le digo "Amigo, eso para qué lo quiere usted". Y dice "Me han dicho que esto se fuma también". Y agarraba hojas de zarza, de papa, de varias cosas, y de ahí apañaba un cigarrillo y se lo fumaba. El tabaco que me daban a mí y a los demás era racionado para toda la semana. Y le dije que mi tabaco se lo iba a regalar. “De aquí para adelante, mientras yo esté por aquí no le va a faltar tabaco, ni se lo voy a cobrar...”, “hombre para tanto no”, “el tabaco... yo estoy mejor si no lo fumo que si lo fumo, así que ese tabaco va a ser para usted”. Y así hicimos amistad. El vivía en una macía donde a mí me arreglaban la ropa a unos cuatro o cinco kilómetros de Tarragona.

Cuando terminó la guerra enfermé de nuevo, y volví al hospital. En cárceles no estuve, estuve en hospitales. Yo no sé de qué bando eran los hospitales, mi obligación era pasarlo lo mejor que pudiera sin decir quién yo era. Me fui acercando a mi casa a través de los hospitales y de las buenas personas que había en los hospitales. Y no podían preguntarles que me ayudaran, porque les perjudicaba.

Estando en un hospital de Zaragoza, entró uno diciendo “¿aquí hay un muchacho llamado Emilio Fernández Burgos?”, entonces al escuchar mi nombre volví la cara. Era un señor vestido de paisano que yo ya había visto antes... yo no sabía si era para bueno o para malo, en aquellos tiempos donde se los llevaban a puñados para matarlos. Querían sólo informarse de mí. Llegó con otro que era teniente coronel, la superiora del hospital y otro hombre que era aquel que iba buscando hojas de zarzas. Me presentó a su sobrino que era teniente coronel de la plaza de Zaragoza. Y cuando me iban a mandar para mi casa, me preguntaron si yo quería trabajar, que si no tenía trabajo, él me colocaba. Pero yo le di las mil gracias y le dije que iba a ayudar a mi padre.

Volví a Alfarnate a los cuatro años largos. Antes estuve en la cárcel de Málaga, simplemente por ser soldado republicano, aunque aquí estuve poco tiempo.