Testimonios del frente de guerra III

TESTIMONIO DE JUAN ANTONIO GALLARDO RUIZ 
(VÉLEZ-MÁLAGA)

Ahora éramos refugiados en nuestro propio país. Nos llevaron en trenes de carga desde Almería hasta Figueras. Allí nos dieron lentejas, de esas menudas para el ganado, con un poco de carne. De Figueras al santuario de Salud de Terradas, pegando a la frontera con Francia. Nos hospedaron en la iglesia junto a 8 o 9 familias, todas andaluzas. El sacristán nos daba de comer potaje y comíamos hasta hartarnos. 

Yo, inquieto como era, y con apenas 15 años, me fui a trabajar a Figueras a un campo de aviación. En este sitio sufrí varios bombardeos de la aviación alemana. De allí fui a Garriguella (Gerona), un pueblo pegado a Rozas. Trabajé construyendo un camino para subir cañones a las elevaciones del terreno. Nos pagaban un jornal y éramos como soldados. 3 o 4 dormíamos en la playa en una choza. 

Estando aquí llegó una orden del gobierno pidiendo 10.000 voluntarios para carabineros. Pese a mi edad, conseguí alistarme porque hubo al menos dos personas que me garantizaron. En el castillo de Figueras me hicieron los papeles. Entonces, nada más decirle a mi familia lo que había hecho, mi hermano me dijo "¿Pero tú dónde vas?", y me rompió los papeles. No obstante, yo insistí.

Volví a apuntarme otra vez. En seguida me llamaron e hice la instrucción. Me enseñaron poca cosa: el paso militar y a manejar el fusil. Al poco me llevaron a la Mambla de Oria, me dieron bombas de mano que ni siquiera sabía utilizar y me trasladaron al frente, al Segre, sector del Ebro. Estuve en el Seró, un pueblecito de Lérida y viví la batalla final del Ebro, antes de caer Barcelona

Cuando la batalla comenzó, fue terrible. Caían tantas bombas que me tuve que meter en la chabela de la trinchera. La aviación mató a muchos soldados. Las tropas nacionales rompieron el frente y yo huí por una cañada abajo con el fusil y la cartuchera. Entonces escuché "¡manos arriba!". Yo me asusté. El soldado me dijo: "¡no pasa nada, muchacho, somos españoles todos!". Pero un soldado moro, que iba con ellos, vino y me pidió el abrigo amenazándome, "¡dámelo o te mato!". Se lo tuve que dar. 

Después de que me hicieran prisionero, me llevaron a un pueblo y me entregaron a la Guardia Civil, donde me dieron macarrones para comer. Tenía tanta hambre que me los comí con las manos. De allí me llevaron en tren hacia León, al hotel de San Marcos, el cual se había convertido en prisión. Cuando entraba la Guardia Civil, nos teníamos que cuadrar. Una vez entró un guardia civil, y un hombre muy viejo que había sentado al lado mío no se cuadró. Lo cogieron, lo levanatron y le dieron 4 hostias. A mi me entró tal cosa por el estómago que comencé a llorar. Y viéndome en ese estado, el guardia me tomó por los brazos y me dijo: "¿tú que lloras por cojoncillos también?", pero me dejó en paz. 

Nos metieron en un tren y nos llevaron a un campo de concentración en Avilés. Estuvimos allí 6 o 7 semanas. Me encontré a uno de Vélez en el campo, Antonio Millet. Me dedicaba a repartir libras de chocolate y pastillas de jabón entre los presos. Dormíamos en el suelo. No cabíamos. Nos metían en duchas y máquinas de vapor para desparasitarnos. Nos poníamos en fila 1.500 presos con perolas. Como plato principal: latas de sardinas. Un teniente supervisaba las raciones. Por la mañana, a medio día y por la noche nos obligaban a cantar el cara al sol delante de un tablado donde se ponían los oficiales.

Una vez nombraron a gente para un batallón de trabajadores y a mi me mandaron a un botiquín para reconocimiento. Pero un teniente, viéndome que todavía era menor de edad, cogió las fichas y me quitó de ir al batallón. Éste me dijo que, si quería salir de allí, pidiera un aval en mi pueblo. Yo escribí a una tia mia de Vélez y, al poco, llegó el aval, con lo que pude salir en libertad provicional. 

Al final pude regresar a Vélez, donde me encontré con mi padre después de 3 años de guerra. Mi madre y hermanas cruzaron a Francia. Gracias a la Cruz Roja pudieron regresar más tarde.  


Entrevista de los archivos personales de Francisco Miguel González López